Por Elsie Betancourt
La belleza es una condición presente en nuestra vida, en
nuestro entorno que por lo simple toca todos nuestros sentidos de una. La
naturaleza nos lo muestra a diario: una nube, un río, una flor, un pájaro…
éstos no necesitan sofisticaciones; están completos y perfectos. Somos nosotros
los que le agregamos adornos, arandelas y lentejuelas brillantes al ropaje de
la vida. No sé porque pensamos que sin esos detalles ésta no sería visible o no
llamaría la atención. Yo pensaría que es algo que tiene que ver con nuestra
autoestima o quizás con el ego.
Lo más grato se asoma en una mirada, una sonrisa, un
abrazo todo inherente al encanto personal. Creo que ahí radica el secreto de la
atracción, del magnetismo, no en las pintas estrambóticas que ahora hay, ni en
las cirugías que desdibujan muchas veces los encantos que traemos de cuna. La
vida hay que mirarla con inteligencia y generosidad, para descubrir la simpleza
que en ella hay y lo bello que ofrece sin pedir nada a cambio.
La belleza siempre ha tenido un valor como lo tiene la
bondad, la justicia, la honestidad, entre otros… hoy por hoy, ésta ha dejado de ser importante. El lenguaje,
los modales, las modas, las relaciones interpersonales, por mucho que estemos
en el siglo XXI, siglo del avance y el modernismo, se ha roto ese paradigma de
lo “bello per se”… por las distorsiones que vemos actualmente. Por ejemplo, en
ocasiones, el arte se transforma para molestar o plasmar ironías; pero
también para crear, embellecer e imaginar un mundo mejor, todo esto lo dicta
“la estructura mental” del artista.
Un segmento de
músicos, con el “jetabulario” que a
veces emplean los que están en el top de lo que se oye, denigrando a la mujer y
reduciendo al mínimo el respeto por éstas, empodera el rompimiento de las
normas del buen gusto en nuestras costumbres. Hoy no hay baile que se respete
que no tenga champeta, reggaetón, o cualquier ritmo que se le parezca. Aclaro,
no tengo nada en contra de esa música pero si de las letras vulgares. La
sensibilidad, la poesía, el toque mágico que solían emanar de canciones de
antaño han dado paso al relajo que crea el morbo, de la mano de la ramplonería
en los mensajes que se transmiten. Menos mal que es sólo un segmento, porque
también existe la exquisitez en los que producen desde un vallenato que cuenta
historias cotidianas hasta las composiciones de los grandes genios musicales
pasados y actuales. La música es un vehículo para transmitir valores.
La frialdad con la que vemos crecer esta ola, (la de la
indiferencia), nos recuerda cómo ésta
hace estragos en muchas dimensiones. Unos ejemplos sencillos que la ilustran
surgen cuando nos preguntamos: ¿Cómo se sentirá un maestro que con tanto
esfuerzo prepara su clase para que los alumnos (algunos, no todos) estén
atentos en vez de estar distraídos parándole bolas a los chats o redes
sociales?... Que sentirá un padre de familia cuando ve que sus hijos son
indiferentes a las reglas que él ha puesto en su casa?... ¿Qué pasa cuando te
sientes impotente ante la indiferencia que exhiben hoy por hoy algunos
médicos sean de humanos o de animales, que les importa 5 pepinos sus
clientes?...Yo creo que en estos casos la mezcla de tristeza, decepción y hasta
rabia suele darle paso al: “así son las
cosas ahora”.
Los seres humanos somos desde el momento mismo del
nacimiento, dependientes de quienes y lo que nos rodea. Solos, no podríamos
sobrevivir y como lo ha probado la psicología, al vernos privados de afecto
desarrollamos taras y limitaciones cognitivas, afectivas y conductuales, pocas
veces reversibles. Creo que el culto a la indiferencia, muchas veces ligado a
la frialdad con que se aceptan las cosas, puede ser un obstáculo para apreciar los
regalos que recibimos a diario, sin costo alguno y que damos por sentado: la
vida, la exuberancia en la naturaleza (tan maltratada por nosotros mismos) y el
estar sano. Y pensar que todo lo que tenemos es prestado¡
Yo no sé cuál será el remedio para combatir esa
indiferencia que nos quita la capacidad de gozar de lo bello, de lo sencillo,
apreciar todo lo que recibimos a diario, valorar los regalos que el que está
allá arriba regala, ayudar a los demás. Será más pedagogía en casa? En los
colegios? Lo cierto es que como dice Facundo Cabral, hay que empezar cada día
buscando el ángel que hace que los sueños crezcan para volver a ser felices con
uno mismo y con los demás y para que todo lo que engendre la belleza sea
preservado.
nerea6@yahoo.com
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