Por: Elsie
Betancourt
Cuando me senté a escribir este
artículo, me llegó a la mente la frase que siempre le he oído a los dueños de
mascotas, ya sean perros, gatos, peces, etc.… “si tu mascota hablara, quien sabe
que diría…” porque éstas además de ser fieles y amorosas, son testigos mudos de
los sentimientos genuinos que cada uno tiene y que no les escondemos.
No sé si es un tema cultural o de generaciones, pero vengo de una en la que se callaba mucho y se hablaba poco de lo que se callaba; yo al menos daba por sentado que las cosas eran como se me presentaban y las aceptaba sin objetar … (menos mal que he cambiado el chip y no dejo pasar las que me parecen inconvenientes) … al revés de lo que se ve ahora, no se habla mucho por estar inmersos en el celular o en el computador y no sabemos cómo se procesa esa información a la que se accede, porque no se comparte, sino que se traga entera muchas veces, originándose así un círculo vicioso en la comunicación.
Una cosa es poseer el “pensamiento
hablado” como dicen por ahí… y otra muy distinta es hablar sin mesura y sin
sopesar el impacto que cualquier cosa que uno diga pueda tener en el otro. Aprender
a hablar “claro” y defender las ideas
sin dejar de ser uno mismo es pertinente en momentos en que casi todo está
sujeto a la automatización; ya casi las conversaciones escasean porque es más
importante ver el ultimo tik-tok, el mensaje de whassap, jugar en el celular,
etc… Es frecuente ver en almuerzos y comidas, a sus invitados enchufados cada
uno en lo suyo. La capacidad de aportar
valor con las ideas, resulta imprescindible para la supervivencia profesional,
personal y para promover vínculos de confianza en nuestras relaciones.
Muchas veces no nos atrevemos a defender nuestras ideas por miedo al qué
dirán, por una baja autoestima o por miedo a sentirnos incomprendidos. Sin
embargo, todos tenemos derecho a defender lo que pensamos y poderlo transmitir
a los demás. Para ello, lo ideal es saber manejar nuestras emociones. Cuando se
habla de defender las ideas no se trata de atacar a los demás ni de insultar o
faltar el respeto. Sino de ser más receptivo y comunicarse con los demás de
forma positiva. Quizá no nos gusten las ideas de los otros y a ellos las nuestras,
pero eso no debe crear ningún conflicto en nosotros.
Para mí, la palabra es poderosa e irradia hacia muchos planos la esencia de
lo que somos. Aunque muchas personas digan que una imagen puede valer más que 1000
palabras y en ciertos casos es verdad, no hay que olvidar que cuanto sale de
nuestra boca tiene un valor grande y puede hasta sobrepasar el mensaje no
verbal de una imagen. Por ejemplo, el discurso
que despliegan algunos dirigentes, puede cautivar a los que tragan entero, que
son muchos en este país. Si no que lo digan los políticos actuales.
La fuerza de las
palabras es tal, que no son necesarias demasiadas para causar una profunda
alegría o una honda tristeza; muchas veces, basta una frase que valide una emoción que sentimos o un
párrafo corto que ataque nuestro punto más débil. ¿Quién no tiene un amigo tóxico o manipulador
que sabe cómo usar la palabra para “sacarnos la piedra”? ¿A quién no le han dicho nunca, palabras
llenas de ira, resentimiento, dolor, rechazo o tristeza?
Hablando de lo que irradia la palabra, un aspecto importante que debemos
tener en cuenta es el dialogo interno.
En este sentido, debemos cuidar de esas
palabras que nos decimos, pues terminan ejerciendo un poder sobre
nosotros mismos. Cuando hablamos con nosotros mismos elegimos unas palabras
determinadas y no otras y nos decimos una serie de cosas que pueden ser
positivas o negativas. Por otro lado, el dialogo
externo, es el que une las experiencias que vivimos día a día y que forman
esa tradición oral que tanto nos enriquece.
La palabra es fuente de belleza, de poesía, de creación, de amor, de vida,
de alimento para el alma, de positivismo… Pero, como todo en este mundo, hay un lado oscuro que la retuerce y la
oprime, la grita y la estrangula. La responsabilidad con la que ejerzamos y disfrutemos del poder de
la palabra es nuestra. Utilizarla para crear construir, compartir,
acariciar o abrazar en vez de para agredir, atacar o destruir, en el fondo, es
nuestra decisión.
Expresar el propio punto de vista ante los demás está bien, siempre y
cuando seamos capaces de no caer en la arrogancia. Una palabra alegre, puede
cambiar totalmente la fragancia y los colores de nuestro día…Una palabra
oportuna: puede aliviar la carga y traer luz a nuestra vida…Una palabra de
amor: puede sanar el corazón herido…porque las palabras tienen vida; son
capaces de bendecir o maldecir, de edificar o derribar, de animar o abatir, de
transmitir vida o muerte, de perdonar o condenar, de empujar al éxito o al
fracaso, de aceptar o rechazar… si la gente supiera que palabras equivocadas
destruyen sueños, relaciones, autoestima tendrían un filtro en la
garganta. A las palabras no se las lleva
el viento, cada palabra destruye o edifica, hiere o cura … ¿Cómo hablamos a los
demás?
nerea6@yahoo.com