Por: Elsie Betancourt
Hace 8 meses
aproximadamente, me mudé del apartamento en el que viví con mi esposo, la
infancia de nuestros hijos, todas las etapas hermosas que cada uno de ellos
vivieron y que pudimos disfrutar al máximo; también fue el hogar de nuestras queridas
mascotas perrunas (que ya murieron) que tuvimos y que dejaron sus huellas
marcadas en mi corazón. Las experiencias
de vida que tuvimos durante todos esos años se han transformado en Recuerdos
imborrables, lindos y tiernos.
Definitivamente,
me considero una persona que, a través de los años, ha acumulado muchas cosas;
he coleccionado artesanías, vacas (de porcelana), trofeos de tenis (ya los he
donado todos), plantas, que me encantan… álbumes, esos si, atemporales e
intocables, porque nos refrescan la vida en cualquier momento.
Con la mudanza a mi nuevo apartamento, empecé a preguntarme ¿Porque será que acumulamos tantos chécheres? ¿Porque nos cuesta desprendernos de objetos que muchas veces, ni siquiera usamos? Según los psicólogos, esto ocurre porque en la mayoría de los casos, las personas tienden a acumular artículos que tienen un significado emocional importante o que sirven como recuerdo de buenos momentos. “Atesoramos cosas tanto por razones positivas como negativas” … “la positiva es que nos gusta tener objetos reales que refuercen nuestra sensación de haber vivido la vida”; la negativa, dicen, “es que somos insaciables y no podemos renunciar a las cosas.”
En mi
experiencia, ir saliendo de lo que sobra y que no tiene uso, nos beneficia grandemente
… he tenido que botar revistas y papeles que ya no tiene sentido tenerlos; esas
vajillas finísimas que tenemos, hay que sacarlas al ruedo antes de que “no estén
en tendencia”; toda esa ropa que tenemos guardada “por si acaso” la llegamos a
necesitar, hay que salir de ella, antes de que los gorgojos hagan fiesta en
ellas. No nos damos cuenta de que todo eso sólo llena espacio.
Lo curioso es
que muchas veces creemos que nuestras posesiones serán valiosas para quienes
nos sobreviven. Pero la realidad es otra: nuestros hijos y familiares tienen
sus propias casas, sus propios gustos y en muchos casos, sus propias
acumulaciones. Es posible que no quieren heredar lo que tanto atesoramos. Y
está bien.
Me imagino que guardamos cosas por la nostalgia y el valor emocional y el esfuerzo que nos costó conseguirlas. Es importante preguntarnos por qué creemos que todo ese legado debería importarle a los demás.
Las nuevas
generaciones lo tienen claro: menos es más (como solía decir mi esposo). Crecen
con una mentalidad de desapego, valoran la practicidad y prefieren la digitalización
sobre lo material. Mi hijo solía decirme: “mucha cosa, mucha cosa” … y tenía
razón.
He aprendido que vivir la vida sin acumular más cosas de las que necesitamos y aprender a desprendernos de todo lo que no nos hace feliz, es necesario. El problema se agudiza, porque cada vez vivimos vidas más largas y ello hace que cada vez tengamos más posesiones… hay que pellizcarse. Hay que hacer el ejercicio. Si no te gusta, no lo guardes. Hay que deshacerse de todo lo que nos parezca feo; por ejemplo, esos regalos que nunca usamos pero que da pena tirar, hay que buscar a quien dárselos, para que tengan una nueva oportunidad en casa de otra persona.
Lo que realmente
debe importar es disfrutar más el presente sin cargar con tantas cosas del
pasado. Esto conllevará a hacernos más ligeros… Porque como nos recuerda la Biblia: polvo eres y en polvo te convertirás…. Pero,
los recuerdos, esos que llevamos en el alma, son lo único que realmente
perdura.
nerea6@yahoo.com
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