Por: Elsie Betancourt
Mi niñez estuvo llena de muchos
estereotipos (o sean modelos o patrones de conducta de cómo actuar, pensar y
sentir). Crecí viendo por ejemplo, castigos con algunos llamados de atención,
apertura de ojos (cuyas miradas hablaban más que 1000 palabras), entonaciones
fuertes y hasta chancletazos; los profesores estaban autorizados para
imponer la disciplina y la falta de atención en el colegio, con reglas largas
de madera, para estimular a punta de reglazos, que aprendiéramos, estudiáramos
e hiciéramos tareas, si o si. En la casa, cada quien tenía que responder por
sus funciones, ya fuese estudiar, hacer los deberes, ayudar a recoger el
desorden que armábamos. Jugábamos en combo, con mis hermanos y amigos en la
calle, nos bañábamos en el agua lluvia, tomábamos agua caliente (por el
sol) de las plumas que habían en
cualquier patio delantero de las casas; callejeábamos, montábamos bicicleta y
hacíamos muchos planes chéveres. Claro está, todo eso se podía hacer antes, sin
mayor preocupación o supervision por parte de los papas ya que habían otras condiciones de
seguridad; a veces sin que ellos dieran el permiso, nos escapábamos, pero nada
serio pasaba al regresar a casa, sólo el consabido llamado de atención verbal. La autoridad de los padres era acatada y
respetada y no se discutían sus decisiones. No sé si fue el mejor método de enseñanza
que tuve, pero ese fue al que tuve acceso.
Me considero que
estoy sana y equilibrada con proyectos de vida varios que he sacado adelante
con mucho tesón y éxito en algunos. Nunca me traumaticé y siempre tuve muy claros los códigos y
valores que recibí siendo niña. Considero que el maltrato físico no es el mejor método para formar, ni
defiendo las “perrateadas” en el buen sentido de la palabra a las que se
exponía uno cuando las cosas no marchaban bien, entre los amigos o en la misma
casa. Ciertamente el “autoestima” salía afectada, pero la “resiliencia” que
todo ser humano tiene desarrollada o no, permitía crecer fuerte y con coraza
para defenderse de lo que se viniera. Hoy seguramente el proceso de crecer ante
tantas distracciones, entretenciones y la facilidad de tener todo a un “clic”
puede ser mejor o peor, no sé.
Me llama la
atención el análisis que la filosofa española Montserrat Nebrera hace, al considerar en un estudio realizado por
ella, que los hijos de la Generación X
(nacidos a finales de los 60 y los 80), que están alcanzando los 18 años de
edad- un gran número de ellos, conforman la “Generación Cristal” . Al parecer, muchos carecen de patrones
definidos que orienten su vida y son
frágiles ante los embates que la vida produce. Esa característica “cristal” se
refiere a la fragilidad o manera en que quedan rotos por dentro si algo no les
sale como ellos deseaban. El análisis concluye que estos jóvenes son así de
inestables porque sus padres quizás vivieron épocas de carencias materiales y
emocionales y se empeñaron en salir adelante para darles todo y que no les faltase
nada, como a ellos en su momento.
Ese análisis me ha
puesto a pensar y creo que conecta de alguna manera con la realidad que muchos
vivimos actualmente. En los métodos de crianza que existen en este siglo
XXI, (aclaro no en todos), hay un elemento que engloba las herramientas usadas
para educar y es la Sobreprotección,
que sumada a la ausencia de reglas, sanciones y atiborramiento de juguetes de
todo tipo, tiene su efecto. ¿Nocivo o beneficioso? Cada quien sabrá y lo sopesará.
Creo que aprender
a vivir libre y responsablemente implica asumir las consecuencias de nuestras
acciones y decisiones. Un padre o madre que prive a sus hijos de esta
posibilidad, claramente tendrá que cargar con tener hijos que no sepan solucionar
conflictos en su día a día, y ser
autónomos. Se corre el riesgo de que siempre estén aburridos y no saben cómo estar ellos, consigo mismos. Cuando se
cumplen reglas en cualquier escenario, ya sea la casa, el colegio, la
universidad, el trabajo, tienen que obtenerse resultados acordes con esas
reglas. Creo que aquí la flexibilidad juega un papel importante junto con la creatividad.
Son características que pueden y deben existir, porque no se trata de actuar
como producto de un molde: Todos iguales. En la variedad está el placer, reza el refrán
popular; para ser y hacer con la carga
genética que todos traemos hay que ser originales.
Para terminar, lo
ilegal, lo no ético, lo malo, no se debe festejar en los niños. Si se hace,
tarde o temprano las consecuencias saltarán. Como dice el proverbio callejero,
los niños no nacen malos, se hacen con el ejemplo que ven. Pienso que hay que
recuperar la responsabilidad, la autoridad y la disciplina en la crianza. Si
todas éstas se ponen en práctica, felicitaciones ¡ porque estamos formando
buenos seres humanos y ese gran legado (el de la educación responsable), es un
regalo que no tiene precio y es
irremplazable.
nerea6@yahoo.com
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