Por Elsie Betancourt
Al empezar este
artículo, vienen a mi mente muchas ideas que conectan con las huellas imborrables
que los recuerdos dejan en el alma. El tiempo erosiona lo tangible: edificios,
casas, relaciones, incluso el físico de las personas. Sin embargo, lo que
permanece intacto en la mente y el corazón son los recuerdos y las emociones
que los lugares y las personas nos generan.
Nunca olvidaré,
por ejemplo, el árbol de roble morado, de la casa donde viví cuando me casé; florecía cada Semana Santa y sus
flores caían, sobre el jardín externo de la casa,
formando un tapete morado. Mi hijo mayor, le encantaba correr en ese jardin y jugaba con las flores. Este es sólo uno de los muchos eventos que he
guardado en mi memoria como un tesoro.
A medida que vivimos, acumulamos muchos recuerdos, sin embargo, muchos los olvidamos… ¿A qué se deberá este fenómeno? Según estudios de recientes neurólogos, en un mundo cambiante, olvidar algunos recuerdos puede ser beneficioso, para mejorar el bienestar. Esto cambia la suposición general de que los recuerdos simplemente se deterioran con el tiempo, olvidar, podría no ser algo malo y podría representar una forma de aprendizaje.
Definitivamente,
lo emocional juega un papel muy importante en el recuerdo. Cuando asociamos
cómo nos sentimos versus lo que nos toca vivir, marca un antes y un después. Lo
que nos conmueve, o toca profundamente, tiene más posibilidades de quedarse con
nosotros. Es el principio que explotan los publicistas: los anuncios que nos
llegan directo al corazón los asumimos de inmediato. En cambio, los que nos
involucran indirectamente pueden pasar desapercibidos, aunque de alguna manera se
permean en nuestro inconsciente. Sin querer quedamos predispuestos a recordarlos en cualquier momento.
Los recuerdos
muchas veces inmortalizan momentos y se constituyen en una resistencia al paso
del tiempo. Guardamos objetos, fotografías o cartas para ligar lo vivido con el
presente. Yo al menos, guardé hasta hace ya bastantes años, algunos juguetes de
mis hijos que marcaron sus experiencias y las mías; eventualmente, tuve que desprenderme
de todos esos objetos porque era el momento de renovar todo lo que ya estaba “obsoleto”.
Fue como si estuviera enterrando el pasado material, pero no el intangible. Así
lo hice y reconozco que estar uno ligero de equipaje es conveniente porque
“todo y nada” nos pertenece.
A menudo, los recuerdos nos dicen mucho y poco. Ha habido tantos hechos que han impactado a la humanidad. A veces recordamos mejor nuestra reacción al evento (dónde estaba, qué estaba haciendo y con quien, cómo me sentía, qué pensaba) que sus detalles. Lastimosamente, con tantos eventos crudos que hoy vivimos, ya se están volviendo paisaje y tomamos como natural, que se den. Nos estamos insensibilizando. No hay autoridad firme que haga respetar los valores de respeto y tolerancia, hacia el otro y eso también marcará nuestra memoria colectiva.
La resiliencia que tenemos, nos hace esperar en que el mañana, vendrá mejor; la importancia de vivir plenamente es clave sabiendo que un día sólo seremos memoria para otros. Como dice Julio Cortázar: “Pero existe algo que el tiempo no puede a pesar de su innegable capacidad destructora, anular: y son los buenos recuerdos, los rostros del pasado, las horas en que uno ha sido feliz…”
!QUE VIVAN LAS MEMORIAS, COMO CANTA FONSECA!
No hay de otra, hay que apreciar
los momentos simples de la vida y cada día agradecer lo que tenemos y lo que
vivimos, ya que son esos momentos los que formaran el eco de nuestra existencia…
nerea6@yahoo.com
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