lunes, 16 de junio de 2025

El Arte sutil de quejarse (y no quedar atorado) ...

 

Por Elsie Betancourt

            Todos cargamos con dolores (físicos, emocionales y existenciales) … ¿quién no? El tema es cómo los lidiamos. Desde muy niña, un familiar muy allegado a mí, era experto en quejarse hasta cuando se le movía un pelo … a pesar de ser una persona joven, frecuentemente el rosario de quejas por dolores era constante e iba “increscendo” … era una situación que rayaba en qué hacer para ayudar; me sentía impotente, no sabía que decir ni que hacer… eso me marcó.

            Todos nos quejamos en algún momento. Algunas veces, nos quejamos más de la cuenta. Probablemente todos necesitemos una válvula de escape en alguna situación. La queja es una forma de desahogarse, de expresar una emoción, de liberar tensiones. Pero cuando se vuelve una forma de relación, hay que analizar de dónde viene esa queja, que efectos tiene en la persona que la hace y que efectos tiene sobre nosotros.

            Suelo preguntarme ¿por qué nos quejamos tanto? … los expertos coinciden en decir que cuando nos comunicamos por medio de la queja, existe el riesgo del contagio emocional y se corre el riesgo de experimentar o vivir la misma insatisfacción que experimenta el otro. En mi interior, al menos intento exhibir “un escudo” que mantiene a raya la quejadera y más bien trato de ser una persona asertiva, presta a resolver mis fallas físicas o emocionales cuando se presentan, con “especialistas”.

            No sé, si cuando somos ya mayores, el peligro de quedarse atrapado en el ciclo dolor – queja- lamento – resignación, acecha.  De mi esposo, aprendí que cero quejas, es lo mejor que puede hacer uno, especialmente cuando no se puede controlar lo que ocurre por fuera, el modo de ser de otras personas, etc.…. Cómo reaccionas ante esas situaciones, es lo que marca la diferencia. Sabio consejo ….


            En una ocasión, en reunión con unas amigas, uno de ellos empezó a hablar sobre sus dolencias en la rodilla, el resto terminó hasta quejándose del alma. Tengo una amiga que siempre que inicia cualquier conversación lo hace con una queja. Sólo con preguntarle ¿Cómo estás? Suscita en ella un sinfín de lamentos sobre cualquier tema, desde los hijos, esposo y su salud. Estar cerca de ella abruma. La conversación siempre empieza inocente, pero si nos descuidamos, podríamos hacer un recorrido nacional de dolores ajenos, la rodilla, la gastritis, la soledad, el insomnio… y sigue la lista.

 ¿Sin embargo, me pregunto si la queja puede unir? (¿nos une lo que nos molesta?) … será que estamos conjugando el verbo quejarse: yo me quejo, tu te quejas, el, ella se queja …. Etc.… para formar un pequeño club de lamentos??? Ojalá que no. Desde mi experiencia, valdría la pena explorar cambios, pedir ayuda sin dramatismo; a veces pienso que nos quejamos no porque nos duela tanto, sino porque no sabemos cómo pedir que alguien nos escuche sin juicio; ¿por qué cuesta tanto ver, lo que, SI FUNCIONA, lo que aún está bien? Todas esas preguntas tendrán distintas respuestas… dependiendo de cada uno.

 ¿Amigo, has logrado de alguna manera controlar la tendencia a la queja? Tremendo logro¡¡ te invito a compartirlo.  La queja, que no lleva a ninguna acción, se convierte en hábito y el hábito en actitud … una muy cansona, por cierto. Por lo pronto, seguiré escribiendo sin quejarme… ¿será que hay que quejarse con estilo para no aburrir? Gracias por leer mis ocurrencias…

nerea6@yahoo.com

 

           

 

 

 

 

sábado, 7 de junio de 2025

El desgaste del tiempo



Por Elsie Betancourt

En días pasados, estuve viendo un programa en el que despedían a Rafael Nadal por su larga y exitosa trayectoria en el tenis …. Mostraban sus inicios desde niño hasta hace algunos años cuando el despliegue de vitalidad y juventud era su sello; su destreza física se exaltaba en cada torneo…. El contraste que me produjo verlo a él en el centro de la cancha de tenis en Roland Garros, medio calvo, con manchas en la cara, delgado y llorando cuando se despedía, fue grande; agradecía a todos los que de alguna manera habían contribuido a que su proceso fuera exitoso … verlo hoy, en esa misma cancha en la que alzó tantos trofeos, vulnerable y visiblemente cambiado, me hizo pensar en el paso del tiempo y cómo la juventud, esa chispa que parece eterna, termina por irse casi sin aviso. (el tiene sólo 39 años, joven todavía)


Definitivamente, el tiempo corre detrás de nuestra juventud…  y cuando nos alcanza, nos hace mirar atrás y preguntarnos en qué momento nos alcanzó. Claramente, ésta (la juventud) va quedando relegada a un segundo plano, porque la gravedad se toma todo lo que uno se encargó -- o no --, de mantener en su lugar, así fuera con o sin el ejercicio, con la pereza, comiendo bien o regular, siendo adicto a los excesos de comida, bebidas, etc.… ni las cremas ni las pomadas pueden borrar las marcas de tantas risas, penas, abusos, trasnochos y enojos de nuestro semblante. Llegará el momento en que nos cansaremos de hundir el estómago, sacar pecho y la cola. Ahí querremos echar para atrás el tiempo.

Pero si hay algo que se rescata del proceso vivido, es lo maravilloso que tienen las distintas etapas de la vida, así no las valoremos en su momento: el aprendizaje, los retos, las enseñanzas, la $$$ que se pudo lograr con lo que hicimos. Yo al menos, seguiré tomando vitaminas, colágeno, limón, vinagre de manzana y haciendo ejercicio; comiendo menos para llenarme no de hambre... sino de ganas de seguir bien en el camino haciendo lo que me gusta.

                                               El Camino de la Vida ....                               

                                            

 El bienestar prolongado, que llamo yo la “búsqueda de la juventud”, es un tema complejo que muchos lo asocian con un mayor vigor físico, una mayor capacidad funcional y un menor riesgo de enfermedades. Como consecuencia, muchos sienten el deseo de retrasar o minimizar cambios que puedan afectar las relaciones en el trabajo y en los espacios de interacción social.

Hay que preguntarse ¿queremos vivir más o vivir mejor? No se si algunos habrán leído el libro de Oscar Wilde: El retrato de Dorian Grey; aquí Dorian es un joven aristócrata de la Inglaterra del siglo 19, que desea conservar su juventud y belleza. Tiene la oportunidad de lograrlo cuando un amigo pintor le hace un retrato misterioso y cautivador, en donde el que envejecería sería el retrato y el (Dorian seguiría siendo el mismo); pero paga el precio al presenciar su propia decadencia moral en la imagen pintada. ¿A cambio de que, buscamos una imagen perfecta? Amigo lector, que opinas?


Tal vez no exista un elixir de la juventud que se beba. Pero si uno que se vive: en la forma en que aceptamos el paso del tiempo, honramos cada arruga con o sin bótox, y seguir bailando, aunque sea más lento, al ritmo de la vida.  ¿Será que en realidad el secreto no es vivir joven, sino envejecer sin miedo?

nerea6@yahoo.com

 

 

 

domingo, 25 de mayo de 2025

El Costo de Querer Ser Todo

 

Por Elsie Betancourt

Cuando trataba de darle forma a esta reflexión, me preguntaba: ¿por qué sentimos esa necesidad de estar en todo, “ser eficientes”, “aprovechar el día”, “no perder el tiempo”? ¿Vale la pena arrastrar con esa pila de dolencias —fatiga crónica, ansiedad, insomnio— solo por cumplir con todo? ¿Por optimizar el rendimiento e ignorar al cuerpo cuando protesta?

A mí me pasa con frecuencia. Por convicción, no abandono el ejercicio: lo considero una herramienta esencial para, a medida que envejecemos, mejorar la salud física y mental, reducir el riesgo de enfermedades crónicas y preservar la independencia, la movilidad y, sobre todo, el buen ánimo.

Trato de ser coherente y empiezo el día haciendo ejercicio, ya sea jugando tenis o en el gimnasio, porque trabajo desde temprano. Confieso que a veces siento flojera para levantarme, pero mi determinación —y el llanto de mis gatos queriendo comer— me empujan fuera de la cama. En otras ocasiones, cuando me despierto realmente cansada, decido hacer un pare. Descanso. Porque me lo merezco. Como un acto de resistencia consciente, le doy al cuerpo lo que necesita antes de que se apague. Porque estar todo el día cansado tampoco contribuye a la productividad mental.


En las distintas franjas de edad, hay diversas realidades. Los más pequeños, por ejemplo, deberían tener más tiempo para aburrirse, sin tantos horarios ni estructuras. Pero como deben ir al trote de sus padres, muchas veces se les llena el tiempo con cosas para suplir la ausencia (la de los padres). Todos sabemos que el juego es fundamental para su desarrollo integral, no sólo como diversión, sino como herramienta para el aprendizaje, la creatividad, el bienestar emocional y la capacidad de resolver problemas. No soy psicóloga, pero sí madre de hijos bien formados. 

 

Siguiendo con estas tendencias, muchos padres jóvenes se levantan a las 5 a. m., hacen ejercicio, llevan a los hijos al colegio, trabajan 9 horas, tienen proyectos personales, redes sociales, salen con amigos... ¿Quién paga el precio de todo eso? Lo paga el cuerpo, que se convierte en el último en ser escuchado. Y el agotamiento se vuelve la norma.

Los que ya somos mayores enfrentamos otros desafíos: enfermedades de familiares, pérdidas de seres queridos, preocupaciones distintas. En ese contexto, el ejercicio, el trabajo, las actividades y la socialización pueden ser una válvula de escape para evitar el deterioro emocional. Pienso que la mente no hay que dejarla languidecer. Al contrario: si nos despertamos a las 5 —o antes—, también debemos dejar dormir el alma. Porque no solo el cuerpo necesita descanso, también lo necesita el espíritu.

Cuando hablo de actividad física, sobre todo para los mayores, no me refiero a rutinas extenuantes. Una cantidad moderada puede traducirse en grandes beneficios: caminatas, subir escaleras, moverse un poco cada día. Siempre, por supuesto, con el visto bueno de un médico.

No se trata de hacer menos, sino de hacer espacio para escucharnos. Porque, si no lo hacemos, el cuerpo hablará. Y no siempre en voz baja.

No seamos productivos, exitosos… y cansados. Seamos productivos, exitosos y conscientemente descansados

Nerea6@yahoo.com

lunes, 14 de abril de 2025

Autenticidad en Tiempos de Apariencias

 

Por Elsie Betancourt

Encajar según el diccionario de la lengua española, es meter una cosa dentro de otra para que quede ajustada. Yo llevo toda la vida intentando encajar y no he encajado en ningún sitio, salvo en mi misma. Me he dado cuenta que casi siempre pensaba y actuaba bajo el influjo de patrones socio culturales. El tema es que nos obligan a definirnos, no por lo que somos, sino por “a que grupo pertenecemos “.

Cuando nacemos, venimos al mundo, puros, inocentes, auténticos. No tenemos conciencia de nosotros mismos y sólo nos mueven los instintos primarios: comer, dormir, llorar cuando no nos satisfacen alguna necesidad. Somos totalmente dependientes de nuestros cuidadores, llámese mamá, nana, tía, abuela… ahí comienza el crecimiento de nuestro ego y vamos adquiriendo el rol que nuestro ámbito familiar y social nos impone.


Me acuerdo de uno de mis hijos, cuando lo llevaba a cumpleaños; él siempre me decía “Que nadie me diga nada, que nadie me hable…” yo por supuesto veía con extrañeza su reacción y me decía que muy posiblemente había heredado lo “insociable” que a veces yo era, cuando más joven…. Ahora que ya he superado esa necesidad de hacer lo que todos esperan, navego más fácil en situaciones que a veces son un poquito jartas.

Si eres obediente, si no “das guerra”, serás un niño o niña buena. Si eres mas nervioso o no te va bien en el colegio, cuando eres más grande.. eres un niño malo, hiperactivo, etc.… según la clasificación que haga el o la psicóloga de cabecera; aunque para muchos padres, resulte difícil que acepten las deficiencias de los retoños. Tienes que encajar porque si no, las normas harán que seas catalogado como “especial”.

La presión por ser gustado abarca muchos ámbitos. Hay veces que la aprobación de los demás puede ser determinante en el éxito de un emprendimiento, de cualquier actividad que implique relación y coincidencia en el saber y hacer de otros.

Hoy mas que nunca, el uso de las redes o “telarañas” sociales, parece idealizar un patrón en cómo debiéramos ser, qué debemos comer, qué debemos comprar para estar in; para los y las más jóvenes, que siguen las modas de los influencers, ese patrón dicta que música escuchar, que sitios visitar, cómo vestir, etc.…casi todos muestran una apariencia idealizada y no una realidad.

Pareciera que las redes sociales, nos llevan a construir una marca personal y como eso, muchas veces se convierte en una performance que se aleja de quienes realmente somos. A veces, hay poco espacio para mostrarnos con errores, dudas o días grises. El deseo de encajar muchas veces nace del miedo a no ser querido, a ser excluido o castigado por pensar diferente.  Muchas veces se ocultan partes de nuestra personalidad para no ser juzgados.

Es muy cierto que hoy en día, las redes sociales son un motor de ventas …. Pero no hay que exagerar de su influencia extrapolada a otras instancias.  Me llama la atención cuando es uno el que hace publicaciones, las cantidades de Likes, provocan una gratificación inmediata ya que estamos siendo aprobados por los demás. Parecería que nuestro bienestar entrara a depender de un agente externo y no de nosotros mismos.


Pienso que cuando se finge ser quien no eres, se hace un duelo silencioso por la persona que realmente eres… eso de vivir desde un disfraz debe agotar. Tarde o temprano el alma pide volver a casa.  ¿Cuánto de lo que mostramos es propio y cuánto es una versión editada, para ser aceptado?

Me gustaría oír sus conceptos, queridos lectores, al respecto. Ser auténtico no es algo que se logra de una vez por todas. Es un camino de prueba y error.  No me define lo que hago profesionalmente, ni donde he nacido, ni lo que me gusta, ni cuanto gano. Me define lo que soy y sobre todo, me definen mis acciones. Hay que ser valiente para ser uno mismo; como decía mi papa " genio y figura hasta la sepultura ".


Nerea6@yahoo.com

 

 

 

viernes, 14 de febrero de 2025

Lo que guardamos, lo que dejamos y lo que realmente importa….

 

Por: Elsie Betancourt

Hace 8 meses aproximadamente, me mudé del apartamento en el que viví con mi esposo, la infancia de nuestros hijos, todas las etapas hermosas que cada uno de ellos vivieron y que pudimos disfrutar al máximo; también fue el hogar de nuestras queridas mascotas perrunas (que ya murieron) que tuvimos y que dejaron sus huellas marcadas en mi corazón.  Las experiencias de vida que tuvimos durante todos esos años se han transformado en Recuerdos imborrables, lindos y tiernos.

Definitivamente, me considero una persona que, a través de los años, ha acumulado muchas cosas; he coleccionado artesanías, vacas (de porcelana), trofeos de tenis (ya los he donado todos), plantas, que me encantan… álbumes, esos si, atemporales e intocables, porque nos refrescan la vida en cualquier momento.

Con la mudanza a mi nuevo apartamento, empecé a preguntarme ¿Porque será que acumulamos tantos chécheres? ¿Porque nos cuesta desprendernos de objetos que muchas veces, ni siquiera usamos?  Según los psicólogos, esto ocurre porque en la mayoría de los casos, las personas tienden a acumular artículos que tienen un significado emocional importante o que sirven como recuerdo de buenos momentos. “Atesoramos cosas tanto por razones positivas como negativas” … “la positiva es que nos gusta tener objetos reales que refuercen nuestra sensación de haber vivido la vida”; la negativa, dicen, “es que somos insaciables y no podemos renunciar a las cosas.”


En mi experiencia, ir saliendo de lo que sobra y que no tiene uso, nos beneficia grandemente … he tenido que botar revistas y papeles que ya no tiene sentido tenerlos; esas vajillas finísimas que tenemos, hay que sacarlas al ruedo antes de que “no estén en tendencia”; toda esa ropa que tenemos guardada “por si acaso” la llegamos a necesitar, hay que salir de ella, antes de que los gorgojos hagan fiesta en ellas. No nos damos cuenta de que todo eso sólo llena espacio.

Lo curioso es que muchas veces creemos que nuestras posesiones serán valiosas para quienes nos sobreviven. Pero la realidad es otra: nuestros hijos y familiares tienen sus propias casas, sus propios gustos y en muchos casos, sus propias acumulaciones. Es posible que no quieren heredar lo que tanto atesoramos. Y está bien.

Me imagino que guardamos cosas por la nostalgia y el valor emocional y el esfuerzo que nos costó conseguirlas. Es importante preguntarnos por qué creemos que todo ese legado debería importarle a los demás.

     

Las nuevas generaciones lo tienen claro: menos es más (como solía decir mi esposo). Crecen con una mentalidad de desapego, valoran la practicidad y prefieren la digitalización sobre lo material. Mi hijo solía decirme: “mucha cosa, mucha cosa” … y tenía razón.

He aprendido que vivir la vida sin acumular más cosas de las que necesitamos y aprender a desprendernos de todo lo que no nos hace feliz, es necesario.  El problema se agudiza, porque cada vez vivimos vidas más largas y ello hace que cada vez tengamos más posesiones… hay que pellizcarse.  Hay que hacer el ejercicio. Si no te gusta, no lo guardes. Hay que deshacerse de todo lo que nos parezca feo; por ejemplo, esos regalos que nunca usamos pero que da pena tirar, hay que buscar a quien dárselos, para que tengan una nueva oportunidad en casa de otra persona.

                 

Lo que realmente debe importar es disfrutar más el presente sin cargar con tantas cosas del pasado. Esto conllevará a hacernos más ligeros…  Porque como nos recuerda la Biblia:  polvo eres y en polvo te convertirás…. Pero, los recuerdos, esos que llevamos en el alma, son lo único que realmente perdura.

nerea6@yahoo.com