Por Elsie Betancourt
Existen retos fundamentales
que proponen cambiar el curso del siglo XXI en países que están en desarrollo,
entre otros: erradicación de la pobreza, la desigualdad y visibilidad para las
mujeres y salvar el planeta de la mano destructora e inconsciente del humano.
Hablaré del segundo reto.
En nuestra sociedad, el
principio de igualdad y de no discriminación está en la ley pero en la práctica
no se cumple a cabalidad. Mujeres y hombres, “iguales ante la ley” siguen
teniendo diferentes oportunidades en su vida por los roles, valores,
comportamientos y expectativas que tienen, consolidándose así unas relaciones
sociales y personales no sólo desiguales sino injustas.
Mucho se ha dicho en torno a
la necesidad de eliminar las etiquetas para promover la equidad entre las
personas. Todos llevamos colgada una. Es muy fácil que nos la pongan y muy
difícil quitársela de encima. Podemos cambiar la percepción que la gente tiene
de nosotros? Porqué dejar que las opiniones de otros nos dirijan la vida?
Preguntas cuyas respuestas son difíciles de dar ya que comúnmente nos guiamos
por lo que otros puedan pensar de nosotros y son más fruto de las primeras
impresiones que del conocimiento real que una persona genera. De acuerdo con
los análisis de psicólogos, estas etiquetas son un reflejo en ocasiones de los
miedos de aquellos que nos las cuelgan.
Sería justo que cuando
pensemos en hombre o mujer, no tengamos en la cabeza roles o estereotipos, pero
esa no es la realidad…Pareciera que la etiqueta sobre género viniera con un
manual de instrucciones para actuar en el mundo. Al ser etiquetado como hombre,
mujer o transgénero, empezamos a vivir un rol que influye en nuestras
decisiones y la percepción que tenemos de nosotros mismos y de cómo nos tratan.
Ser hombre o mujer “de
bien”, está determinado por lo que vemos en la publicidad y lo que nuestra
familia nos enseña. La identidad de género no se elige, es una opción, un
camino. El gran rollo empieza cuando al ver lo que tenemos entre las piernas
nos visten con ropa rosada o azul (yo la prefiero verde).
En nuestro medio, mujeres
excepcionales las hay por montón, pero con unos roles difíciles de ejecutar.
Por ejemplo, cuando una de ellas escoge el deporte de levantamiento de
pesas, como proyecto de vida, ponen el
grito en el cielo en primer lugar los familiares, ya que se va a convertir en
machorra; no hay tours de Francia para mujeres dizque porque éstas físicamente
no están aptas para esos esfuerzos (como los que hay que tener para parir); en
el área de la tecnología sólo un bajísimo % la manejan mujeres; hasta hace poco
los grandes torneos de tenis no ofrecían una bolsa pareja para competidoras y
competidores, menos mal que ya se está emparejando la cosa; la música vallenata
permite muy poco el ingreso de la mujer a liderar parrandas, porque eso es “cosa de hombres”. Así podemos seguir
enumerando el sinnúmero de etiquetas que a diario encontramos.
Creer que hay seres
inferiores por el color de la piel, por ser mujer, por ser discapacitado, por
ser gay, que tienen leyes para su protección pero que no se cumplen, está
reflejando que hay ciudadanos de primera y segunda clase en la sociedad y que
la igualdad no existe. El punto de partida para generar un cambio es la
educación en todos los dominios. Cuando aprendamos a ponernos en los pies del
otro estaremos dando un paso gigante para mejorar las relaciones humanas y
quitarnos las etiquetas.
nerea6@yahoo.com
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